Karen la mamá de Emilia
lloraba desconsolada sentada en la pequeña sala de su casa, su cara estaba roja
y manchada del rímel que se le escurría por sus mejillas, Pablo su esposo la
miraba atentamente con una de sus manos apoyada en su rodilla izquierda.
Emilia opto por mirar la
escena de lejos, no quería interrumpirlos pero moría de la curiosidad por saber
el motivo que tenía hecha tiras a su madre.
–No la hemos visto en años,
pero ve la oportunidad de sacar ventaja y ahí aparece– decía entre llantos.
–Creo que no estás viendo lo
positivo de la situación.
–¿Cual es Pablo? Porque
sinceramente no veo la gracia que mi hermana después de tanto tiempo sin venir,
vuelva y quiera quedarse en lo de mamá.
–Tendrás más ayuda de su
parte para cuidar a coca.
– Tengo todo bajo control.
–Y no tenerlo tampoco es
problema.
Emilia entendió muy poco la
molestia de su madre, si venia más ayuda para cuidar a su abuela era mucho
mejor.
Esa tarde se dirigió a la
casa de su abuela, entro al lugar donde siempre se reunían, pero su abuela no
estaba allí, su corazón comenzó a martillar rápidamente, fue hacia su cuarto pero
tampoco estaba allí, antes de armar un escándalo llamando a Karen se dirigió al
patio y allí estaba su abuela disfrutando del sol invernal. Fue hasta donde
estaba y depositando un dulce beso en la mejilla le dijo:–Me asuste cuando no
te vi.
–Mi dulce pequeña, quería tomar
algo de sol.
Emilia sonrió busco con su
mirada algo para sentarse a su lado y vio que su abuela tenía el cuaderno de
sus historias en su regazo. Emilia no espero más y se sentó en el frio pasto
que apenas asomaba.
–Hoy lo leeré yo– dijo la
anciana.
Había pasado un tiempo, Alna
ahora era gobernador de los Aidualc, se lo había ganado por su proeza de haberlos
liberado del rey Eglón. Esta vez la batalla que Alan tuvo que enfrentar fue
contra 600 hombres del pueblo que los quería gobernar por la fuerza, este
pueblo eran los Sioux, Alan no tenía la daga de 30 centímetros ahora su arma
era una aguijada de buey, Era una vara con una punta pequeña de hierro en la
extremidad superior, con la cual se pican y aguijonean los bueyes y otros
animales cuando tiran del arado o de la carreta. Los mato a cada uno de ellos,
ganándose aún más la admiración de los Aidualc.
Alan no era valiente solo sabía
pelear sus batallas con lo que tenía a la mano.
–Yo creo que si lo era–
interrumpió Emilia.
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