Emilia se sobresaltó con una
pesadilla, miro por la ventana y vio que aún no amanecía, sin embargo en su
casa ya había alboroto, seguramente su tía habría llegado. Bajó rápidamente las
escaleras y vio a su madre, su padre y una mujer de pelo color almendra y ojos
grandes, hablando rápido y en susurros.
–¿Mamá? ¿Sucede algo?
–No cariño, ven te presento
a Oriana, tu tía.
–¡Mírate! si ya eres toda
una señorita–Su tía la envolvió en un cálido abrazó, Emilia odiaba el “ te vez
como toda una señorita”, pero esta vez lo dejaría pasar.
Pasaron charlando hasta
pasada las 8 de la mañana, a lo que Emilia se percató que no iría al liceo, eso
la puso de buen humor y rápidamente comenzó a preparar un desayuno para las
tres.
El teléfono las sacó de aquella
mañana alborotada por la llegada de su tía, la cara de su madre la alertó que
había problemas.
–Tenemos que irnos a la casa
de la abuela– informó– se ha escapado.
–Oh Dios mío.
Emilia buscó frenéticamente
en su cabeza posible lugares donde la hallarían, pero ya había pasado mediodía
y su abuela no aparecía, hecha un trapito fue en busca del cuaderno y comenzó a
leer.
Alan era venerado como un
dios por los Aidualc por lo que “el Dios no conocido” estaba siendo relegado a
un lado. Alan sabia lo terrible de la situación por esa razón pido a ese Dios
que hiciera algo inmediatamente y así lo hizo, los entregó en esclavitud al rey
Jabín, este tenía un comandante de su ejército muy sanguinario. Alan calló
enfermo en este tiempo por lo que el comandante en jefe de los Aidualc tomó su
lugar para batallar , su nombre era Bastián, Alan pidió a Bastián que antes de
salir a la guerra fuera a consultar a su guía, una mujer que estaba a lo alto
de una montaña, bajo una palmera.
Emilia paró su lectura, y
las últimas palabras resonaron en su cabeza. Salió de la casa de su abuela a
toda velocidad hacia el lugar de la ciudad donde había palmeras, le tomo diez minutos llegar, y
allí estaba su abuela sentada bajo la palmera igual que lo describía en su
historia.
–¿Cómo se llamaba la guia
que consultaba Alan?–Preguntó sentándose a su lado
–Débora.
–No eres Débora abuela, y
tampoco…
–Shh… escucha lo que susurra
el viento Emilia.
Emilia vio que su abuela
apenas podía moverse y que sus labios tenían un color morado.
–Abuela llamaré a mamá-
Su abuela la miro extrañada,
–tú no tienes madre.– Emilia muy a su pesar se dio cuenta que su abuela no la reconocía,
solo era producto de su loca imaginación.